Júpiter

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La deidad suprema del panteón romano, el poderoso Júpiter era un dios del cielo y del trueno cuyos símbolos eran el roble y el águila. Gobernaba como integrante dominante de un triunvirato llamado la Tríada Capitolina, que incluía a su consorte Juno y a su hija Minerva. Júpiter tenía muchas similitudes con Zeus, el rey de las deidades griegas del que fue amoldado.

Sin embargo, en contraste a Zeus, Júpiter se encontraba explícitamente relacionado a una entidad política específica: Roma. Desde el enorme templo erigido en su honor en la Colina Capitolina de Roma, Júpiter presidía el estado y su imperio en constante expansión. En consecuencia, los romanos resaltaban el culto a Júpiter sobre todos los demás dioses. Se pensaba que las bendiciones de Júpiter aseguraban sus victorias y mantenían la hegemonía sobre sus oponentes. El culto a Júpiter fue formalizado por el Estado de roma durante su vida.

Lo que se sabe del mito de Júpiter no procede de las narraciones en las que desempeña un papel, sino de las formas en que su culto era observado por los romanos. De la misma otras figuras de la mitología romana, se creía que Júpiter era un actor primordial en la historia romana. Por este motivo, su naturaleza y sus atributos se cambiaron para adaptarse a los cambios históricos mucho más amplios del Estado romano. A fines del siglo I a.C., la centralidad de Júpiter en el Estado se vio eclipsada por los cultos aplicados a la adoración de emperadores divinizados.

ETIMOLOGÍA

En latín, el nombre «Júpiter» se suele traducir como Iūpiter o Iuppiter (el carácter «j» no formaba parte del viejo alfabeto latino y se añadió en la Edad Media). El nombre procede de dos raíces. Una era la palabra protoindoeuropea dyeu- (¡la misma raíz del nombre «Zeus»!), que significaba «cosa brillante «, «cielo» o «día» (como en el latín «day dies»); la otra era pater, una palabra compartida por el heleno y el latín que significa «padre». Siguiendo estas convenciones de nomenclatura, Júpiter se llamaba en ocasiones Diespiter o Dispiter.

Además de esto, Zeus se llamaba Zeu Pater en heleno, y los hablantes de sánscrito empleaban el término Dyaus pitar (padre de los cielos) para referirse al dios del cielo. Todo ello apunta a un arquetipo de «padre del cielo» en lo más profundo de la crónica de los pueblos de habla indoeuropea, cuya identidad fue localizada por las etnias que se escindieron transcurrido el tiempo.

Júpiter era conocido por múltiples epítetos. Por traer la victoria, era Iuppiter Elicius, o «Júpiter que saca adelante», y por convocar el rayo, era Iuppiter Fulgur, o «Júpiter del rayo». Por traer luz e iluminación a todas y cada una de las cosas, era Iuppiter Lucetius, o «Júpiter de la luz», tal como Iuppiter Caelestis, o «Júpiter de los cielos». Sobre todas las cosas, era Iuppiter Optimus Maximus: «Júpiter, el más destacable y más grande».

ATRIBUTOS

Como dios del cielo, Júpiter controlaba los rayos, los truenos y las tormentas. De la misma Zeus, blandía rayos como armas. En consonancia con su papel de rey de los dioses, Júpiter acostumbraba a ser representado sentado en un trono y sosteniendo un cetro real y un bastón.

No obstante, en vez de tomar partido activa en las peleas, Júpiter se imaginaba supervisando y controlando las mismas. Más que cualquier otra deidad, Júpiter ponía en juego el destino del Estado de roma. Para apaciguarlo, los romanos ofrecían sacrificios y hacían juramentos sagrados en su honor. La lealtad con la que efectuaban las ofrendas de sacrificio y cumplían sus juramentos informaba del porte de Júpiter. Los romanos llegaron a creer que el éxito de su imperio mediterráneo podía atribuirse a su singular devoción por Júpiter.

A través del águila, Júpiter también guiaba la toma de los auspicios, la práctica de la adivinación por la que los augures procuraban descifrar los presagios y adivinar el futuro observando el vuelo de las aves (palabras como «auspicioso» e «inauspicioso» proceden de esta práctica). Como el águila era el animal sagrado de Júpiter, los romanos pensaban que el comportamiento del ave comunicaba su intención. Los augurios adivinados a través del accionar de las águilas se consideraban los más reveladores.

FAMILIA

Júpiter era hijo de Saturno -el dios del cielo que precedió a Júpiter- y de Ops (u Opis), diosa de la tierra y del crecimiento. Sus hermanos eran Neptuno, dios del mar, y Plutón, dios del inframundo y de la riqueza (los metales, base de la moneda y la riqueza romana, se encontraban bajo tierra). Sus hermanas eran Ceres, una diosa de la fertilidad que controlaba el crecimiento de los cereales, Vesta, diosa del hogar y la casa, y Juno, una diosa maternal asociada al matrimonio, la familia, la calma doméstica y la luna.

Júpiter estaba casado con su hermana Juno, que era la homóloga romana de Hera. Entre sus hijos estaban Marte, el dios de la guerra que desempeñó un papel importante en la fundación de Roma, y Belona, una diosa de la guerra. Otros hijos eran Vulcano, dios del fuego, de la metalurgia y de la forja, y Juventus, una diosa de la juventud que supervisaba la transición de la infancia a la edad avanzada y que se asociaba con la vigorización y el rejuvenecimiento.

Si bien el corpus mítico romano carecía de las historias de luchas maritales que tan de forma frecuente definían la relación de Zeus y Hera, estaba claro que Júpiter era infiel a Juno. Los relatos anecdóticos hablaban de las varias infidelidades de Júpiter y de los hijos que se derivaban de ellas. Con Maia, la diosa de la tierra y la fertilidad (que probablemente haya dado nombre al mes romano Maius, o mayo), Júpiter tuvo a Mercurio, el dios mensajero del comercio, los mercaderes, la navegación y los viajes. Con Dione, engendró a Venus, diosa del amor y del deseo sexual (aunque otras historias la hacían surgir de la espuma del mar, como la Afrodita griega). Con su hermana Ceres, Júpiter tuvo a Proserpina, una esencial figura de culto socia a los ciclos de caída y renacimiento, exactamente la misma Perséfone para los helenos. Finalmente, con Metis, a la que violó, Júpiter tuvo a Minerva.

MITOLOGÍA Y ORÍGENES

Por norma general, la mitología romana carecía de una rica tradición narrativa. Por este motivo, apenas existen relatos épicos que expliquen el orden del cosmos y los orígenes de la raza humana. Lo mismo ocurre con Júpiter, cuyo mito no se edificó en torno a cuentos que lo tuvieran como personaje principal, sino en torno a las formas en que los romanos observaban a su deidad primordial y explicaban su lugar en su historia.

Los orígenes de Júpiter fueron en gran medida idénticos a los relatos de la creación de Zeus. Antes de Júpiter, Saturno reinaba como dios del cielo y del cosmos. Naturalmente, no en todos los casos había sido de esta forma. Antes de Saturno, gobernaba su padre Caelus (que significa «cielos»), pero Saturno derrocó a su padre y tomó el control de los cielos para sí mismo. Después de que Saturno se casase con Ops y la dejase embarazada, se enteró de una profecía que pronosticaba su caída a manos de uno de sus hijos. Para evitar que el usurpador viese la vida, se tragó a los cinco primeros hijos que surgieron del vientre de Ops. En el momento en que por fin surgió el último hijo, Ops lo ocultó y le dio a Saturno una roca vestida con pañales en su sitio. Un Saturno desprevenido devoró la roca entera.

Lo que siguió fue el peor caso de indigestión en la narración de la mitología. Incapaz de digerir la roca, Saturno la regurgitó, adjuntado con los cinco hijos que se había tragado: Ceres, Juno, Neptuno, Plutón y Vesta. Júpiter, hasta entonces, había estado tramando la inminente desaparición de su padre. Con la ayuda de sus hermanos y hermanas, derrotó a Saturno y tomó el control del cosmos.

Más tarde, Júpiter se encontraría en exactamente la misma situación que su padre, Saturno. Después de violar y embarazar a Metis, Júpiter tuvo temor de que su hijo no nacido lo derrocara. Para evitar tal destino, Júpiter se tragó a Metis junto con su hijo no nacido. Para sorpresa de Júpiter, el niño no murió, sino siguió creciendo hasta el momento en que salió de su frente y vino al planeta. Ese niño era Minerva, la diosa de la sabiduría, la previsión y la guerra estratégica; transcurrido el tiempo pasó a ser parte de la Tríada Capitolina gobernante.

Según la historia mitificada de la fundación de Roma, Numa Pompilio, el segundo rey de Roma, presentó a Júpiter a los romanos y estableció los factores de su culto. En los primeros tiempos de Roma, Júpiter gobernaba como parte de la Tríada Anticuada, que también incluía a Marte y a Quirino, una versión deificada del principal creador de la región: Rómulo.

Según las historias de Livio y Plutarco, Numa se encaraba a adversidades y obligó a 2 deidades menores, Pico y Faunas, a convocar a Júpiter a la colina del Aventino. Allí, Numa consultó con el poderoso dios, que propuso sus demandas en cuanto a la oferta de sacrificios, populares como hostiae.

A cambio de asegurar la adoración del pueblo de roma, Júpiter enseñó a Numa a evitar los rayos, según las exigencias de Numa. La lección de Júpiter sobre los rayos probablemente sirvió como metáfora que simbolizaba su oferta mucho más amplia y extensa de protección y apoyo al pueblo romano. De hecho, Júpiter selló el pacto con Numa y los romanos mandando desde los cielos un escudo perfectamente redondo, llamado ancile, símbolo de protección donde los haya. A su vez, Numa mandó hacer once copias casi idénticas del ancile. Estos doce escudos -populares colectivamente como ancilia- se transformaron en un símbolo sagrado de la región y en un recuerdo perdurable del pacto entre Júpiter y Roma.

DIOSES EQUIVALENTES A JÚPITER

El dios griego equivalente a Júpiter es Zeus.

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