Belona

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En la mitología romana, Belona o Bellona era diosa de la guerra, hija de Júpiter y Juno, hermana y esposa de Marte. Según Varrón, en tiempos arcaicos, cuando la guerra no era más que una sucesión de duelos, fue conocida como Duellona (de duellum). No obstante, Bellona tomó su nombre de “bellum” (guerra), y se encontraba estrechamente relacionada con ella. De hecho, en el sentido mucho más extenso, era la diosa que dejó a los romanos salir de las dificultades de la guerra de la mejor forma viable.

Diosa romana de la guerra

Se la tenía por una de las deidades númenes de los romanos (sin una mitología particular y probablemente de origen etrusco), y se piensa que fue la deidad romana original de la guerra, predando la identificación de Marte con Labres. Su nombre está directamente relacionado con el término moderno «beligerante» (literalmente, «que está en guerra»).

Representaba, complementando a Marte, la fiereza en el frenesí de las peleas. A ellas acostumbraba a ir acompañada de los hijos que Marte tuvo con su amante Venus:

  • Fuga (personificación del terror).
  • Timor (personificación del horror).

Por su sed de sangre, Belona fue identificada con la diosa griega Enio (horror), la “destructora de ciudades”, que solía representarse cubierta de sangre, donde fue mucho más habitual que Ares (el equivalente del de roma Marte). Además de su carácter bélico, su naturaleza, de manera frecuente, era despiadado, aun sanguinaria. En el imaginario disfruta con la violencia y la carnicería. En la poesía se la detalla disfrutando decapitando a sus enemigos, observando hasta el paroxismo escenas malsanas. Belona infundía valor y coraje a los guerreros a lo largo de las peleas, con lo que éstos la tenían como la compañera ideal para la guerra.

Su culto tuvo mucho éxito entre el ejército de roma, quien lo expandió por su intervención en los designios de la guerra. Tenía devotos y santuarios en todo el Occidente romano, destacando, además de la propia Italia, Numidia y Germania Superior, si bien realmente su culto fue minoritario. Su nombre figuraba entre los de las divinidades invocadas en la horrible fórmula de la «devotio», con la que los en general romanos, en instantes de extremo peligro, se ofrecían en sacrificio por el bien de la guerra. El historiador Tito Livio (“Ab Urbe Condita”, Libro VIII) dejó constancia de esa “devotio” al describir la conocida guerra del Vesubio (339 a.C.).

Antes de conducir sus ejércitos a la batalla, los cónsules ofrecieron un sacrificio. El arúspice, tras interpretar los órganos de los animales sacrificados, apuntó al cónsul Decio con una insinuación profética sobre su muerte. En vista de su inminente destino, Decio demandó la asistencia del Pontífice Máximo a fin de que le dictase las expresiones con las que él se ofrendase por las legiones. El Pontífice le mencionó que cubriese su cabeza con la toga pretexta, que alzase su mano cubierta con la toga hasta su mentón y, continuando de pie sobre una jabalina, que pronunciase estas palabras:

«Jano, Júpiter, Padre Marte, Quirino, Bellona, Lares, vosotros, dioses Novensiles y también Indigetes (dioses indígenas u originales), deidades que tenéis poder sobre nosotros y nuestros contrincantes y también nosotros, divinos Manes, os rezo, os reverencio y les pido la gracia y el favor de que bendigáis al pueblo romano, a los Quirites, con el poder y la victoria, y que visitéis a los enemigos del pueblo de roma, y de los Quirites, con el temor, el terror y la muerte. Del mismo modo en que he pronunciado esta oración, así dedico las legiones y auxiliares del enemigo, junto a mí mismo, a los dioses Manes y a la Tierra en nombre de la república de los Quirites, del ejército, legiones y socorrieres del pueblo de roma, los Quirites».

El cónsul Publio Decio Mus se sacrificó a sí mismo embistiendo al galope contra el enemigo. Sobra añadir que la batalla, pese a la pérdida del cónsul, terminó con una enorme victoria romana. Ésta fue recordada en la tradición, sobre todo, por esta “devotio”. Pero Belona no sólo intervenía en el combate junto a Marte, sino asimismo actuó en los instantes que precedieron y prosiguieron al enfrentamiento, tal como en la diplomacia que ha podido evitarlos.

Templo de Belona

Su templo principal, el Templo de Belona (Templum Bellonae), al no ser una deidad autóctona, se encontraba fuera del límite sagrado de la región (fuera del Pomerium), en el Campo de Marte. Se ubicaba contiguo al templo de Apolo Médico y próximo a la esquina noroeste del Circo Flaminio. Fue prometido por Apio Claudio “el Ciego” en 296 a.C. y consagrado pocos años después, un 3 de junio (dies natalis).

En este Templum Bellonae no sólo tuvieron sitio las declaraciones de guerra. También, por estar fuera del Pomerium, era donde el Senado recibía a las embajadas extranjeras. Además, era donde se sopesaban las peticiones de Triunfo (cum imperium) de los en general victoriosos.

Aquí acostumbraba a reunirse el Senado asimismo cuando la ocasión lo demandaba. En verdad, fue en este templo donde, en 186 a.C., se deliberó el Decreto Senatorial que prohibió la fiestas Bacanales (Senatus Consultum de Bacchanalibus). Las ceremonias bacanales atentaban contra las costumbres y las tradiciones romanas, por lo que se consideraron un serio peligro para la seguridad del Estado.

Asimismo, en este templo fue donde los Miembros del senado, el 2 de noviembre del año 82 a.C., escucharon los chillidos de los presos que Sila masacró en el Campo de Marte: tras recluir allí a más de 12.000 “populares”, 3.000 de ellos fueron brutalmente ejecutados, pese a que imploraron en vano piedad. Sus horribles gritos y lamentos llegaron a los oídos de toda la horrorizada localidad y del Senado aquí reunido. Ante el horror de los miembros del senado, para sosegarlos, Sila sonrió y les dijo:

“No hay de qué preocuparse, sólo se están cumpliendo mis órdenes”

Fusión con la diosa Mâ

Con la llegada de Sila al poder (siglo I a.C.), el carácter propio de Belona se vio alterado sustancialmente. Sila, que había pasado una gran parte de su tiempo en Capadocia, ingresó en Roma el culto a la diosa Mâ. Esta era una deidad de carácter salvífico cuyo principal santuario estaba en la ciudad de Comana (de hoy Turquía). Al parecer, durante las guerras civiles, mientras Sila marchaba hacia Roma, esta diosa Mâ se le apareció en sueños anunciándole la victoria, como así fue, instándolo a marchar sobre Roma y bañarse en la sangre de sus enemigos.

Desde ahí, se incorporó al panteón de roma, asimilándose a la diosa latina de la guerra, Belona. Surgió de esta forma una exclusiva forma de divinidad: Mâ-Bellona (derretidas posteriormente, en época imperial, con la Gran Madre, Cibeles). Se dieron a conocer entonces en Roma los Belonarios (bellonarii), asimismo populares, según Juvenal, como los fanatici (los fanáticos). Tertuliano (“De Pallio”) asegura que iban vestidos con un gorro de lana negro y túnicas oscuras. Eran los curas de Mâ quienes, importado su ritual de Capadocia, atendieron desde entonces el culto a Mâ-Bellona en Roma. La festividad pasó a festejarse el 24 de marzo, día popular como dies sanguinis (día de sangre).

Según afirma Tertuliano, se creía que los Belonarii tenían el don de la profecía. Para ello, se estima que ingerían semillas de Bellonaria (nombre corrupto de “Belladonna”, una solanácea mortal), que les provocaba alucinaciones. Impulsados por ese feroz entusiasmo, hacían declaraciones proféticas y oraculares en nombre de la diosa. Llegaron a adivinar la toma de ciudades y la escapada de los enemigos, con lo que los tuvieron en gran consideración.

En ese estado, enfurecidos y teniendo en sus manos espadas desvistes, se hacían incisiones en los brazos y en los muslos para despertar su frenesí guerrero. Derramaban de esta forma su sangre para consagrarla a la diosa, con el objetivo de apaciguarla con este sacrificio (sin sacrificar otras víctimas). Siguiendo este ritual frigio, después de haber recogido la sangre en el hueco de la mano, la bebían y la daban a tomar a los que estaban iniciados en sus secretos. E incluso, a lo largo de las frenéticas danzas orgiásticas con las que culminaban sus ceremonias, cubrían la estatua de la diosa con salpicaduras de su sangre.

Estos ritos sangrientos fueron abandonados gradualmente durante la era imperial. Sólo se restituyeron, brevemente, en tiempos de Cómodo (177- 192), quien pretendió recobrar, perversamente, esta antigua y sanguinolenta costumbre: dictaminó, con desmedida crueldad, que los bellonarii se cortaran verdaderamente un brazo. Con la introducción de nuevos cultos, más que nada el mitraismo, la existencia de Bellona y de su culto fue disminuyendo de a poco. Se diluyó, por último, con la prohibición del paganismo.

Feminidad y fuerza

Su presencia en los siglos siguientes quedaría tan sólo en el imaginario de artistas y eruditos, donde fue referencia en la inspiración artística de autores plásticos y literarios. Éstos la representarán como símbolo de feminidad y fuerza, vinculándola a personalidades femeninas importantes de cada período (“Marie de Medici” como “Belona”, de Rubens). También personificando el valor, el honor o incluso la bravura y resistencia de las tropas en oposición al invasor (como en la publicidad austriaca en frente de Turquía en la guerra de los Treinta Años) sosteniendo referencias bélicas o guerreras, pero orientada a una nueva visión interpretativa.

A Bellona se la suele representar haciendo una antorcha, lanza, maza o látigo, y armada de casco y coraza; en ocasiones, también conduciendo un carro. En la imaginería bélica se la frecuenta ver deambulando por los campos de batalla, despeinada y portando un sanguinolento látigo. Aparte del principal Templo de Belona mencionado (Templum Bellonae), varias inscripciones halladas testimonian la existencia de otros templos a ella dedicados en Roma:

  • Bellona Insulensis. Se llamó de esta forma por ubicarse en la Isla Tiberina. Probablemente se construyó en el siglo I a.C., más allá de que se desconoce si era un templo (aedes) o simplemente un altar (sacellum) destinado a MâBellona. Posiblemente su culto estuviera relacionado a los que asimismo se profesaban en la isla a Fauno y a Esculapio.
  • Bellona Rufilia. Probablemente deba su nombre al epíteto de su constructor (ignorado). Se sabe que era un templo dedicado a Mâ-Bellone y que se encontraba cerca del santuario de Isis y Serapis (del Serapeum), en el Campo de Marte. Según Dión Casio, fue destruido por un incendio accidental en 48 a.C., al parecer durante el desmantelamiento de los santuarios de deidades egipcias ordenado por los arúspices.
  • Bellona Pulvinensis. Se llamó de este modo por estar emplazado en una altura o un promontorio (pulvinar) de la colina Vaticana. Era un templo, con un gran pórtico, destinado a Mâ-Bellona. Se piensa construido por Sila alrededor del 80 a.C., si bien se ignora su ubicación.
  • Bellona (sacellum). Aparentemente también hubo un altar dedicado a Bellona en el Capitolio. No se sabe su preciso emplazamiento. Según Dión Casio, se quemó en el fuego de Capitolio en el año 83, pero aparentemente Sila lo reconstruyó y lo dedicó a la nueva Mâ-Bellona.

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